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Libros espejo, libros ventana, libros máscara

Ha vuelto el hambre de leer y las ganas de hablar de libros, y lo estoy celebrando con un atracón. Después de haber leido la trilogía de ‘El día del Watusi’, monumental novela de Francisco Casavella, más de 1.000 páginas-espejo, estaba saciada. Pero llegó a mis manos ‘Los príncipes valientes’, una narración en la que cuesta entrar -como en la de Casavella- pero que te atrapa con su tono y su estilo -idem- hasta conseguir que te entristezcan las últimas páginas solamente por saber que se acaba algo en tu vida igual que se acaba en la del protagonista. Un libro sobre libros, un aperitivo que da ganas de devorar a Verne y a Wells, de volver a mirar a Colombo con otros ojos. Un libro-ventana, que ofrece vistas a otros libros, igual que para el protagonista las narraciones son ventanas a un lugar más allá de su barrio y del rio y del mar. Le llegó el turno al fin a un libro que esperaba hace meses su turno en la mesilla. Un libro que no habla de la literatura como espejo, ni como ventana, sino como máscara: ‘El juego del otro’. Un tema recurrente en las narraciones de Vila-Matas y Paul Auster, dos de los autores de este libro coral que recoge también un diario de viaje de Paul Klee y un falso ‘contradiario’ escrito por un falso Auguste Macke. Vila-Matas conversa con Jean Echenoz sobre la impostura, y Paul Auster y Sophie Calle juegan al juego de ser otro no en las letras, sino en la calle, con el cuerpo y con la voz, disfrazándose de otro en una ciudad, Nueva York, donde parece que casi todo es posible, incluso que haya jarrones en las cabinas de teléfonos. Juego peligroso y delicioso el de esta suculenta parte del libro, algo así como el postre de este menú literario de las últimas semanas.

‘El juego del otro’. Paul Auster, Enrique Vila-Matas, Jean Echenoz, Barry Gifford, Paul Klee, Sophie Calle. Errata Naturae, 2010. + info

‘Los príncipes valientes’. Javier Pérez Andujar. Tusquets, 2007. + info

‘El día del watusi’. Francisco Casavella. Mondadori, 2002. + info

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Entender el patrimonio

Leo por la mañana el Heraldo, y me topo con una cata que habla sobre la exposición ‘Joyas de un patrimonio IV’, que ya recomedé aquí. El autor de la carta -y cito de memoria, porque el periódico se ha quedado en otro lugar- se queja de que la DPZ exponga como piezas de museo imágenes devocionales de iglesias de la provincia, ausentes de ellas por estar expuestas en una muestra temporal.

Me he enfadado con el autor de la carta, que podría haberse preocupado de saber que su propia iglesia está implicada en la cesión de las piezas, según leo en un texto escrito por el comisario de la exposición y que se titula «La responsabilidad de cuidar unas Joyas» (PDF):

«Joyas de un Patrimonio IV exhibe mayoritariamente una cuidada selección de las obras que han sido restauradas durante los últimos ocho años en virtud de los planes que promueve la Diputación Provincial de Zaragoza en convenio con los ayuntamientos de la provincia y con las tres administraciones eclesiásticas en ella implantadas».

La carta es un ejemplo más de la confusión que hay en torno a los bienes eclesiásticos y las frecuentes disputas por las competencias de cuidado, conservación y custodia muy poco claras, turbias incluso, con intereses que van más allá de la protección del patrimonio, cuando debieran estar por encima de religiones y nacionalidades.

Pensaba dejar pasar este pequeño cabreo matutino y olvidar la carta, pero al llegar a casa leo el Tumblr ‘Let’s Pacheco’, donde encuentro esta tira del ‘diario de una restauradora de arte’, y me alegro de saber que no estoy sola en esta forma de entender el patrimonio.

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Ciudades a escala 1:1

Paso la mañana entre mapas, planes generales de ordenación urbana y fotografías de la ciudad que fue y la que será. Veo sobre el papel las transformaciones que puedo intuir en las historias de mis vecinos y en la mía propia, en nuestros andares cotidianos por estas calles.

Salgo de la biblioteca y me tropiezo con una exposición de la que no había oído hablar: ‘La transformación de la Gran Vía de Zaragoza y otras grandes vías’. Bajo a los sótanos del Paraninfo y paseo entre fotografías de calles que guardan todas una semejanza compartida de edificios modernistas y racionalistas, cierta vocación de calle mayor del siglo XX, deshumanizada, a escala ampliada. Me gustan sus fachadas pero me enfado con sus delirios de grandeza y su hacer sombra a otras zonas urbanas mucho más activas.

Trato de reconciliarme con mi Gran Vía y me monto en el tranvía por vez primera. Me enamoro de su atravesar las calles rápido y en silencio, me alegro de poder llegar de Paraíso al parque sin atascos, aunque el panorama desde las ventanillas esté afeado por unos bancos que se han olvidado de su función de ser acogedores lugares de descanso en medio de la ciudad.

Intento trasladarme con la mente a otras ‘grandes vías’ y me veo a mi misma paseando por la centenaria Gran Vía madrileña, origen de esta muestra que viene que ni pintada en estos días preelectorales para volver la vista a la renovada avenida zaragozana. Y solo encuentro, de Plaza España al edifico Metrópolis, un ir y venir desasosegante, una altura inhumana de edificios no diseñados para vivir. Aceras sin árboles, escaparates agresivos, ni un momento de descanso. Pienso entonces que aunque sea una urbanita empedernida, soy más de calles traseras, de callejuelas y placitas, y que eso no es malo. Me desenfado.

Vuelvo a casa, enciendo la televisión y aparecen más mapas, más exposiciones que apuntar en la agenda: ‘No solo texto’, que rescata del Fondo Documental de las Cortes de Aragón los ‘santos’ más interesantes de sus antiguos impresos ilustrados… y sus mapas más valiosos. Y ‘Zaragoza: visión emocional de la ciudad’, en la que 216 artistas plásticos han aplicado su estética particular a la cartografía de la capital en unos trabajos que se muestran desde hoy al público en las salas de la Lonja y del Museo Camón Aznar.

Van a ser, de hoy en adelante, días de mapas, cartografías para desentrañar los mecanismos de la ciudad que habito, y para imaginar otras ciudades, estas sí, a escala 1:1.

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Resaca de domingo de libros (I)

Me he despertado esta mañana con resaca de un domingo casi perfecto.  Ayer fue un productivo Día del libro adelantado, raro, con ecos de tambores. Descafeinado, dicen. Pero no para mi. Hoy me he despertado con cuatro nuevos libros nuevos bajo la almohada, y voy a presumir un poco de ellos…

‘Un día me esperaba a mi mismo’ es la segunda novela de Miguel Ángel Ortiz Albero, un libro sobre amor y guerra, una exploración de los últimos días de la vida de Guillaume Apollinaire. Su autor ha ido dejando pistas sobre el libro en su blog, que pueden visitar para abrir boca. La novela es, además, el primer libro de una nueva editorial, Jekyll and Jill, el proyecto de Jessica Aliaga y Victor Gomollón, dos socios que quieren -y lo harán- seguir sacando libros bonitos, tan cuidados en la edición como este, y que además huelan bien.

‘Otra novela’ es una plaquette escrita por David Mayor y editada por Cartonerita Niñabonita, una curiosa editorial que saca pequeños poemarios encuadernados entre cartones, con sus portadas pintadas a mano, que hacen de cada libro, además, un objeto único. Puedes ver su catálogo en su web, o leer algunos poemas de David en su blog, Se desvía. A mi me gusta, sobre todo, el epílogo: «Escribir es un secreto / acerca de un secreto / siempre tentativa / y novelería».

‘Marcos Mostaza’ es un libro para niños. En un arrebato de chavalita se me antojó este libro ilustrado escrito por Daniel Nesquens, otro autor aragonés, que habla de Estrellas del pop, calcetines de rombos y pipas de calabaza. Es un libro-regalo-trampa, porque aunque he prometido regalarlo a una chavalita de verdad, esta semana santa me esconderé en algún rincón del pueblo a devorarlo de principio a fin y reírme por lo bajito, como una niña.

Algo más seria parece ‘Las hermanas Bunner’, primera novela de Edith Wharton traducida al español por la editorial zaragozana Contraseña, que también están todavía dando sus primeros pasos. Wharton tiene unos cuentos geniales sobre la sociedad neoyorquina de finales del XIX en la que vivió, así que espero que la novela también me entretenga un buen rato.

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Resaca de domingo de libros (II)

*Ayer se celebró también el ‘II Mercado libre de Torrero’ en el CSO Kike Mur, en la antigua cárcel. Hubo puestos de artesanía, música, merienda gratis, taller de patinaje y reunión Tuppersex con las chicas de Desmontando a la Pili, además de mucho sol. Os avisaremos del tercero. Y que a partir de ahora las cárceles solo sirvan para esto.

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